miércoles, 19 de febrero de 2014

Vendedor de historias a domicilio

Vendedor a domicilio
Hubo un tiempo en que la venta a domicilio era una práctica común y, al parecer, provechosa. Eran muchos los productos que se ofertaban de puerta en puerta, aunque sin duda en la memoria colectiva ha quedado marcada a fuego la imagen del vendedor de libros. Aunque podían brindar exquisitas colecciones literarias a módico precio o suscripciones a tentadores clubes, generalmente ofrecían enciclopedias universales para facilitar la formación de nuestros hijos o decorar la librería del salón, diccionarios enciclopédicos que nos resolverían dudas jamás planteadas, obras magníficamente editadas que reunían todo el saber necesario en sus numerosos volúmenes: arte, geografía, biología, civilizaciones, medicina, derecho…, en ocasiones complementadas con una provechosa olla a presión, una manta eléctrica o un recargado juego de café. Su abundancia y persistencia —acaso solo comparable a la de los predicadores de determinadas sociedades bíblicas— los hizo incluso protagonistas de gracietas y chascarrillos.


«—¡Llaman a la puerta! ¡Niña, corre a abrir! —y al cabo de un rato le pregunta la madre— ¿Quién era?
—Un extraterreste —responde la pequeña.
—¿De donde sacas esa idea? —interpela la madre, entre sorprendida y furiosa.
—Porque ha dicho que venía del Planeta DeAgostini

Poco a poco, su presencia en nuestras puertas fue disminuyendo, al igual que otras fórmulas de comercialización domiciliaria, como aquellas reuniones de amistades —habitualmente femeninas— en que se pasaba la tarde entre cosméticos o recipientes de cocina (práctica que, no obstante, parece se ha mantenido para otro tipo de productos). Varias fueron las causas: el crecimiento económico y las nuevas tecnologías favorecieron la sustitución de estas técnicas comerciales por otras aparentemente más efectivas, aunque exigieran un desembolso inicial mayor. Sólo los recalcitrantes comerciales de las compañías energéticas —con engañosas maneras, todo hay que decirlo— han continuado vanamente llamando a mi puerta.

Recientemente, sin embargo, he recibido un par de visitas de vendedores ambulantes ofreciéndome libros. La primera ocasión fue de lo más tradicional: dos jóvenes bien trajeados con inmensos maletones en los que portaban pesados catálogos de obras enciclopédicas de lo más variado. Ya desde un primer momento les advertí que sus esfuerzos serían inútiles, pero aun así les permití completar su protocolo (lo que, por otra parte, me sirvió para comprobar cuánto de engaño hay —hacia el potencial cliente, pero también hacia el comercial, precariamente contratado por vía mercantil— en una práctica sin sentido cuando la información enciclopédica llega a nuestros hogares de forma inmediata a través de Internet, sin grandes desembolsos ni  apéndices con obsoletas actualizaciones.

Y no hace muchos días llamó a mi puerta otro vendedor de libros: Sergio Hernández López-Pastor. Con más de treinta años largamente sobrepasados (tanto como sus patillas), anda promocionando «del autor al lector» —así lo pregonaba un clásico personaje de la Feria del Libro madrileña hace ya muchos años— una trilogía que comenzó a escribir cuando el desempleo —permítaseme la ironía— llamó a su propia puerta. Con los volúmenes bajo el brazo, Sergio recorre las provincias cercanas a su domicilio buscando lectores de puerta en puerta. No es un personaje atávico, reacio a las posibilidades tecnológicas. De hecho, mantiene un blog en el que narra sus correrías,  cuenta con perfiles en Facebook —Sergio, ¿por qué no creas una página?— y Twitter, y sus títulos pueden adquirirse en varios portales de internet, tanto en formato tradicional como en soporte digital [pdf]. Pero este emprendedor autor ha decidido recurrir a tan primitiva fórmula de venta porque ni se conforma con la mera transacción comercial ni le satisface una distante relación con sus lectores.
Viñetas de Mafalda by Quino

Apenas hace unos días escribía mi buen amigo José Manuel Cansino —profesor de Economía Aplicada, además— que “ha vuelto el sistema de ventas de aquella barra de labios que prometía sentirse mejor a quien se embadurnara con ella”, una fórmula de economía sumergida que creíamos desterrada. No sé si la actividad de López-Pastor puede incluirse en esta categoría, ni en este momento me importa. Pero lo que sí tengo muy claro es que responde a una necesidad personal frente a la voracidad del mercado editorial. No será un paladín de justas causas ni tampoco un mendigo de migajas, sino un escritor que cree en las bondades de su obra, convencido de que no hay esfuerzo sin recompensa por ardua que sea la tarea. Tal vez un día llame a tu puerta y te salude temeroso a la vez que resuelto:
«Hola, buenos días. Mira, que soy Sergio, un escritor que está promocionando su obra y anda buscando gente a la que le interese la lectura».

2 comentarios:

  1. Hola Rafael,
    Decirte que con tantas puertas tocadas no logro ubicarte, pero supongo que un día llamé a la puerta de tu casa. No recuerdo si adquiriste "Soy un gusano", pero quería comentarte que me alegra que hayas decidido a plasmar mi trayectoria en tu blog. Para mí supone un apoyo en la promoción. Nada más que agradecer tu interés y enhorabuena por tu blog. Un abrazo.
    Sergio.

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    1. Iniciativas como la tuya, Sergio, nos hablan de muchas cosas, pero sobre todo de confianza en lo que uno hace, algo imprescindible para superar las dificultades. Y de dignidad personal. Y de voluntad. ¿Por qué no iba a decidarle un hueco en mi pequeño blog?
      Mucha fortuna en tu proyecto.

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