viernes, 14 de julio de 2017

¿Anonimato en Google?

Iris de ojos con los colores de Google
Recientemente he experimentado una curiosa contradicción profesional que no me resisto a comentar públicamente. En realidad, es una prueba más de lo delicadas que son nuestras relaciones con las herramientas que esas (ya no tan) nuevas tecnologías de la información ponen a nuestra disposición.


Obviamente, como cibernauta habitual recurro constantemente a los servicios que ofrece Google. Es más, soy consciente de que como usuario de dispositivos móviles equipados con Android gran parte de mi actividad diaria está siendo continuamente monitorizada por el gigante norteamericano. Pero esa misma consciencia debo aplicarla como bibliotecario, y es en esa circunstancia cuando se produce la contradicción.

Cuando he realizado talleres de formación en búsquedas a través de Google, siempre he procurado mencionar lo que en la siguiente presentación denominé búsqueda objetiva y la navegación anónima, con fin el de eliminar determinados sesgos a la hora de obtener resultados. También en mis tareas como referencista he procurado tener bien presentes esas pautas, con el propósito de ofrecer de la biblioteca en que trabajo una información lo más ajustada posible a su demanda y sus necesidades.


Pero hace unos días asistí a un breve evento en el que se enfatizó vivamente en la otra cara de la moneda: la necesidad que tienen las instituciones públicas y una biblioteca es tal de aprovechar las ventajas del uso de los datos obtenidos mediante esa monitorización para promocionar sus servicios. Dirigiendo su promoción las campañas publicitarias, en suma a un público segmentado en función de una inteligente combinación de indicadores se obtendrá un número de impactos más altos y, por ende, el retorno de la inversión será más elevado. Esta ecuación precisa del cumplimiento de una condición previa: que el cibernauta se haya identificado en los servicios de Google abriendo su sesión.

Y así surge esa extraña contradicción, pues mientras el bibliotecario alecciona sobre la navegación anónima, la biblioteca aprovecha la huella digital de los usuarios para promocionar sus servicios.

Tal vez a algunos pueda sorprenderles que hable de publicidad bibliotecaria en Internet, una práctica todavía muy escasa. Pero no es ésta la primera ocasión en que lo hago. Ya hace unos meses me ocupé de la viralización pagada en Facebook. Y cada vez estoy más convencido de que es una senda que debemos transitar.

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