Cuando llegué el lunes a mi puesto de trabajo, el correo electrónico me sacudió un mazazo, duro no sólo por imprevisto. Nadie podía esperar que su vitalidad se apagase en un suspiro, justo en el momento en que estaba cumpliendo uno de sus grandes deseos.
La conocí hace ya muchos años, cuando comenzamos a compartir empeños laborales en la misma biblioteca burgalesa en la que trabajo. Llegó desde Valladolid para asentarse en estas tierras burgalesas, donde halló acomodo para formar una familia, aunque para ello no pudiera ahorrar esfuerzos. La paciencia premió su espera cuando su después esposo logró un puesto de trabajo en esta misma ciudad. Pero hasta China tuvieron que desplazarse para alcanzar su sueño: ser padres. Por su carácter, a todos nos resultaba muy fácil compartir sus ilusiones, la apasionada espera, la desbordante alegría con la que nos presentó a su niña, a la que hemos visto crecer en estos años. Un carácter el suyo que impregnaba todos sus afanes. Meticulosa en sus responsabilidades, en el trato con el usuario destacaba por su afabilidad, y últimamente comenzaba a practicar con las nuevas herramientas de la comunicación para compartir esa experiencia con nuestros usuarios.