Si dijera que añoro el empalagoso olor a Tarta de Fresa que desprendían los libros protagonizados por tan edulcorado personaje, estaría desde luego faltando a la verdad. Aquel aroma tan saciante me impregnaba hasta el hartazgo cuando, a causa de mis deberes bibliotecarios, pasaba por mis manos algún ejemplar de los episodios protagonizados en Fresilandia por tan edulcorado personaje, ya fuera libro, cinta de vídeo… Aquella saturación terminaba siendo una experiencia muy negativa, al menos para mí, muy distinta de la que me han proporcionado las páginas con las aventuras de Geronimo Stilton, verdaderos muestrarios de fragancias destinados a estimular el olfato de unos jovencísimos lectores. Es verdad que la incorporación de este sentido enriquece la experiencia de la lectura, como lo hacen las ilustraciones para la vista; bien lo saben quienes publican libros para prelectores centrados en el tacto o el sonido, pero lo cierto es que el aroma resulta mucho más sutil a la vez que potente. De ahí que en los últimos tiempos se haya potenciado el marketing olfativo (olfactory marketing) o smell branding, una estrategia invisible basada en la creación y gestión de odotipos que refuerzan la comunicación y la imagen de la marca.