Pese a las noticias que sacuden la actualidad en estos días,
la vida cultural prosigue su ritmo rutinario, y con la primavera han brotado
aquí y allá las tradicionales ferias del libro que pueblan calles, paseos,
parques y jardines de nuestra geografía.
Son citas inexcusables para los amantes del libro, por supuesto, y de la literatura
en cualquiera de sus formas; pero también para todos aquellos que acuden a sus
casetas para cumplir un ritual rutinario como quien acude a la misa dominical
porque es lo que toca, para abrillantar ese barniz que disimula su indolencia
ante la letra impresa o para vaya usted a saber con qué propósito, tal vez
alguno inconfesable.