Llegado el mes de septiembre, el verano se resiste a marchar, pero en su
esfuerzo por permanecer entre nosotros va dejando jirones de color en el paisaje. Pedalear hacia el puesto de trabajo entre dos luces, mientras las copas de los árboles atrapan los primeros rayos dorados del día y el brillo de las estrellas se difumina para aclarar poco a poco el azul del cielo, es grata recompensa para quienes iniciamos la jornada en tan oportuno momento. Hacerlo a través de un bosque —por muy urbano que sea— proporciona un plus de sensaciones: la música de las primeras hojas caídas al quebrarse bajo nuestro peso, el húmedo frescor otoñal que durante esos instantes impregna de acogedores aromas el paisaje…
Es el tiempo del retorno a la rutina, incluso para quienes aún no hemos disfrutado de las merecidas vacaciones estivales. El bullicio de las calles se torna de nuevo familiar, los centros de trabajo recuperan sus horarios habituales y nuestros hijos regresan a sus obligaciones, escolares los más pequeños, mientras los mayores dejarán un vacío en nuestro hogar (también en nuestros bolsillos) si marchan a estudiar —y a aprender a vivir— fuera de nuestra ciudad. Los cada vez más escasos quioscos de prensa se pueblan de insólitos coleccionables y hasta la programación televisiva recupera su encanto, pasando de ser absolutamente infumable a simplemente aburrida.
Aunque no lo queramos reconocer, el ritmo de la vida es así. Pronto tendremos que cubrirnos con prendas cada vez de mayor abrigo y el cuerpo nos pedirá que reemplacemos ensaladas y sopas frías por caldos contundentes y guisos poderosos. Cada día disfrutaremos de menos luz natural, lo que a cambio nos proporcionará mayores oportunidades para gozar de la noche y el encanto —no siempre discreto— de sus misterios. Pero aún nos queda tiempo para vivir el estío con algún remojón —la temperatura es propicia— en la piscina, un paseo bajo la sombra de los plátanos o la lectura de un apasionante libro sentados al aire libre, tal vez en una terraza. Parece que el vaso del verano está vacío, pero aunque creamos haber consumido nuestra bebida, todavía podemos degustar sus últimas gotas antes de que el hielo disuelva definitivamente el sabor estival.
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