Hace unos días he tenido la fortuna de participar en unas jornadas profesionales de altísimo nivel, donde he coincidido con grandes maestros y mejores amigos. El programa resultó finalmente muy denso; tanto que me fue absolutamente imposible asistir a todos los encuentros programados, pues varios de los talleres que me interesaban coincidieron en el tiempo y uno aún carece del don de la ubicuidad (aunque al parecer hay colegas que casi disfrutan de este privilegio). No me planteo en este momento realizar una valoración —ni siquiera un comentario— de cuanto se vivió y expuso en este evento, sino una simple reflexión al hilo de un pequeño detalle de las instalaciones —por otra parte, magníficas— en que tuvo lugar, pormenor que viene a demostrar la creciente dependencia tecnológica a la que estamos sometidos.
Y es que en las últimas grandes reuniones profesionales a las que he asistido la tecnología ha tenido un peso fundamental: la retransmisión vía streaming de las intervenciones de una parte, y de otra el sistemático tuiteo de cuanto se dice y sucede y la continua difusión de fotografías a través de plataformas sociales pueden paliar —que no despejar— la frustración por no asistir en vivo. En gran parte, esto es posible gracias a la desinteresada actuación de los afortunados asistentes, que ponen a disposición de los ausentes su diligencia en el manejo de dispositivos móviles —teléfonos, tabletas y ordenadores— para compartir con ellos su experiencia. Ciertamente se trata de un fenómeno relativamente reciente, debido sin duda al desarrollo y la popularización de la tecnología presentada por Martin Cooper hace ahora 40 años. Pero lo cierto es que ya antes de la I Guerra Mundial Archie Frederick Collins comercializaba teléfonos sin hilos con un alcance superior a los 100 km. mediante un sistema patentado en 1906 (y para el que, dicho sea de paso, trabajó el ingeniero español Mónico Sánchez.
En cualquier caso, estas prácticas de “micro-retransmisión” enriquecen la experiencia de este tipo de eventos al multiplicar su difusión en tiempo real… hasta que se agotan las baterías de los dispositivos móviles. Así al menos ocurrió en el encuentro de marras, en el que mediada la jornada comenzaron a proliferar los movimientos para localizar enchufes con los que reponer la energía agotada. Me consta que la organización puso cuanto estuvo de su parte para solventar esta contrariedad, instalando rápidamente algunas regletas que multiplicaban las necesarias tomas de corriente. De modo que no escribo estas líneas para plantear reproche alguno, sino para impulsar una pequeña reflexión autocrítica.
Porque ya no podemos asistir a un congreso sin retransmitirlo vía Twitter, por ejemplo. Necesitamos estar continuamente conectados, empleando herramientas como WhatsApp para comunicarnos incluso estando a pocos metros de distancia. Y cuando esto no es posible, la contrariedad se apodera de nuestro ánimo. Decimos que nuestros adolescentes viven enganchados al móvil, pero ¿no nos ocurre en cierto modo lo mismo a todos nosotros? Cuando la conectividad de estos dispositivos está garantizada, sea por la generalización de los accesos WiFi o por el —relativo— abaratamiento de la transmisión de datos, la escasa duración de las baterías es una característica que antes o después deberán afrontar los fabricantes. Si fuera cierto que éstos no buscan la obsolescencia provocada de sus equipos para forzar al consumidor medio a la renovación de sus equipos mediante el simple deterioro de un único componente, deberían apostar por la inversión en nuevos procedimientos de captura y almacenaje de energía. Es el caso de las películas fotovoltaicas transparentes para los smartphones capaces de captar energía solar, que podría almacenarse en las baterías sintéticas o ultracondensadores mejorados con nanotubos de carbono sobre los que se investiga en el MIT. Mientras tanto, tal vez resulte muy útil adquirir alguno de los cargadores solares de los que ya existen numerosos modelos en el mercado o tomar ciertas precauciones para reducir el consumo de la batería si no queremos pasarnos el tiempo reclamando un enchufe.
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